El primer consejo va para los locutores y locutoras, aburridos y aburridores, que piensan en un público con vocación masoquista: quienes alguna vez hemos hecho radio, tuvimos que aprender por experiencia a no olvidar nunca esta sencilla verdad: todo aparato receptor tiene dos perillas, una que sirve para apagarlo y la otra para cambiar de estación. Así, si nuestro programa no logra suscitar su interés, nada más fácil para el oyente que silenciarnos. O reemplazarnos por una cumbia. El comunicador popular, Ciespal, Quito 1985.
El segundo consejo se dirige a los escritores jóvenes, tan impacientes como inexperientes, que imaginan las musas revoloteando sobre su cabeza y olvidan que la inspiración nace de la transpiración. Y de la vida. Más de una vez en los cursos a mi cargo me ha tocado trabajar con participantes que demostraban buenas aptitudes literarias y técnicas, en términos de destreza y captación del oficio, para componer radiodramas: por ejemplo, habilidad y sentido radiofónico para construir sus diálogos. Pero tenían una vida encerrada y fácil, sin contacto con el pueblo, sin sufrimientos ni dilemas hondos. Estos estudiantes no lograron producir buenos radiodramas ni sé si alguna vez lo lograrán. No sentían los temas ni vibraban con ellos. Y en sus guiones, todo era convencional, falso, disociado de la realidad. Así como un actor ha de apelar a su memoria emotiva para vivir un personaje, tanto o más un escritor dramático necesita haber vivido personalmente situaciones conflictivas e intensas para poder crear otras semejantes en sus obras. ¿Hay algún curso donde esto pueda enseñarse, ni en diez semanas ni en cincuenta?. Un taller de radiodrama, materiales de Trabajo, CIESPAL, Quito, pág. 119.
El tercer consejo es para los comunicadores sordos, para las comunicadoras engreídas, los que nunca preguntan, las que jamás dudan, para quienes están convencidos de la importancia de sus ideas y descuidan lo principal de la comunicación: comunicar es una aptitud, una capacidad. Pero es sobre todo una actitud. Supone ponernos en disposición de comunicar, cultivar en nosotros la voluntad de entrar en comunicación con nuestros interlocutores. Nuestro destinatario tiene sus intereses, sus preocupaciones, sus necesidades, sus expectativas. Está esperando que le hablemos de las cosas que le interesan a él, no de las que nos interesan a nosotros. Y sólo si partimos de sus intereses, de sus percepciones, será posible entablar el diálogo con él. Tan importante como preguntarnos qué queremos nosotros decir, es preguntarnos qué esperan nuestros destinatarios escuchar. Y, a partir de ahí, buscar el punto de convergencia, de encuentro. La verdadera comunicación no comienza hablando sino escuchando. La principal condición del buen comunicador es saber escuchar. El comunicador popular, CIELPAL, Quito 1985, pág. 115 y 118.
El cuarto y perspicaz consejo, para los libretistas cuando tienen delante el papel en blanco, cuando comienzan a escribir y no saben cómo hacer para que los diálogos resulten amenos y atractivos: Aunque esté escribiendo su guión, no olvide nunca que el lenguaje hablado es diferente al escrito. Debemos poner por escrito nuestro texto, pero él está destinado, no a ser leído con la vista como un texto impreso, sino a ser oído. Tiene que sonar con la llaneza, la naturalidad y la espontaneidad del lenguaje hablado. Incluso, a veces, con las imperfecciones del lenguaje hablado. El mejor consejo que puedo darle es: escriba escuchándose. A medida que escriba, lea en voz alta lo que va escribiendo. En ocasiones, incluso, adelántese: pronuncie primero la frase y luego escríbala. Díctese a sí mismo. Escuche cada frase, pruebe cómo suena. Sienta su ritmo oral, sonoro. Si le suena pesada, larga, artificiosa, con vericuetos, con idas y venidas, rehágala, divídala en dos o más frases cortas y directas. El oído le dirá dónde ubicar con más naturalidad el sujeto, el verbo, el predicado. Producción de programas de radio CIESPAL, Quito 1978, pág. 280.
Un quinto consejo para los panfletarios del mundo y para quienes confundieron aquello de hablar de la vida cotidiana con la monserga de andar repitiendo lo que la gente ya sabe: Hace pocos años, tuve oportunidad de escuchar por radio un informativo popular dirigido a las barriadas. Llevé la cuenta: el 80% de las noticias transmitidas eran denuncias sobre la acumulación de basura. No pude menos que ponerme en el lugar de esa gente de los barrios populares a la que el programa pretendía llegar y servir. Pensé en esos vecinos que ven basura desde que se levantan hasta que se acuestan, que viven oliendo a basura. ¡Y cuando ponen la radio, ésta les habla otra vez de basura! Lo que sucede en estos casos es que el emisor no tiene claro quién es su destinatario. Esta insistencia en la denuncia tal vez pudiera tener algún sentido si nos estuviéramos dirigiendo acusadoramente a los responsables de los malos servicios públicos, es decir, a las autoridades. Pero, ¿Qué valor informativo encierra el repetirle permanentemente a la comunidad que no tiene agua, que no tiene luz, que no tiene pavimentos? ¡Ella ya lo sabe de sobra! Con eso, tal vez no hacemos más que reforzar su sentimiento de desesperanza, de impotencia: "estamos jodidos". Lo que la comunidad necesita es que la ayudemos a comprender con claridad las causas del problema: por qué no hay servicios para ella. Y, sobre todo, que la ayudemos a encontrar alternativas, salidas de solución. El comunicador popular, CIELPAL, Quito 1985, pág. 117.
El sexto consejo, más conceptual, para quienes siguen apostando por una educación bancaria, que difunde conocimientos y no problematiza. Una educación que da todo masticado y ahorra el esfuerzo de pensar por cabeza propia: la educación de adultos, sea presencial o a través de un medio, será educación en la medida en que se proponga y logre activar las potencialidades de auto y de coaprendizaje que se encuentran presentes en sus destinatarios; que estimule la gestión autónoma de los educandos en su aprender a aprender, en su propio camino hacia el conocimiento: la observación personal, la confrontación y el intercambio, la resolución de problemas, el cotejo de alternativas, la elaboración creativa, el razonamiento crítico. Así concebida, más que una educación a distancia, sería propio hablar de una autoeducación orientada. Ala educación por la comunicación Unesco-Orealc, Chile 1992, pág. 31.
El siguiente consejo es para los siempre serios, para las que nunca se ríen de sí mismas, los Jorge de Burgos, las severas y los sesudos del gris monasterio: estamos demasiado acostumbrados a que los programas de radio educativos sean una cosa árida y aburrida. Como esas medicanas de nuestra infancia que, para que "hicieran efecto" y fueran juzgadas confiables por nuestros padres, debían tener necesariamente "gusto a remedio", un sabor amargo y desagradable. Cuando se nos habla de "radio educativa", la imagen que nos surge espontáneamente es la de un solitario profesor instalado ante el micrófono y enseñando, con voz y tono de magister, a un invisible alumno, las tradicionales nociones de la clásica escuela elemental. Y hay que convenir en que, desgraciadamente y salvo honrosas excepciones, la mayor parte de la radio educativa que se ha venido haciendo hasta ahora en América Latina ha contribuido a reforzar esa imagen más que a modificarla. Este libro sustenta una concepción muy diferente. Piensa que un programa de radio educativo no tiene por qué ser aburrido. Más: que no debe serlo. Producción de programas de radio, CIESPAL, Quito, 1978, pág. 18.
El octavo consejo, breve y urgente, va para aquellos comunicadores y comunicadoras que no comunican nada porque todo lo abstraen, lo conceptualizan, lo vuelven un discurso incoloro, insaboro e inodoro: siempre que sea posible, optemos por el relato como forma privilegiada de comunicación popular: en lugar de hacer una exposición del tema, procuremos convertirlo en una historia. Comunicarse es, sobre todo, contar, "echar el cuento". Los contadores de historias han sido y aún siguen siendo los grandes comunicadores naturales del medio popular. El comunicador popular, Ciespal, Quito 1985, pág. 175.
El noveno, para los improvisados de siempre, las que entran a cabina sin guión y sin ideas, los que se creen dueños y señores del micrófono, las que no investigan nada porque creen saberlo todo, los que confían en el feed-back y no sospechan el feed-forward: el esquema clásico "emisor-mensaje-receptor" nos acostumbró a poner al emisor al inicio del proceso comunicativo, como el que determina los contenidos del mismo y las ideas que quiere comunicar; en tanto el destinatario está al final, como receptor, recibiendo el mensaje. La experiencia nos enseña, sin embargo, que si se desea comenzar un real proceso de comunicación en una comunidad, el primer paso debiera consistir en poner al destinatario no al final del esquema, sino también al principio: originando los mensajes, inspirándolos, como fuente de pre-alimentación. La función del comunicador en un proceso así concebido ya no es la que tradicionalmente se entiende por "fuente emisora". Ya no consiste en transmitir sus propias ideas. Su principal cometido es el de recoger las experiencias de la comunidad, seleccionarlas, ordenarlas y organizarlas y, así estructuradas, devolverlas a los destinatarios, de tal modo que éstos puedan hacerlas conscientes, analizarlas y reflexionarlas. El comunicador popular, Ciespal, Quito 1985, pág. 101.
Y un décimo consejo, el de sentido común. Mario no creía en recetas ni en esquemas rígidos. Es suya esta sabia consigna: el mejor formato es el que se rompe. Estudiamos la técnica, conocemos las leyes y las posibilidades que brinda el medio radiofónico. Después, ponemos a un lado todas las normas y damos permiso a la imaginación: A veces, en los talleres, me inquietan algunos participantes que plantean: "Entonces, ¿esto se puede hacer? ¿Es lícito, es válido, o no lo es?" Parecen estar necesitando y pidiendo reglas, preceptos. Ante esas preguntas, me acude a la memoria la profunda respuesta de San Pablo a los cristianos de Corinto que le pedían reglas morales, normas de conducta: "Todo es lícito", tuvo la audacia de responder el apóstol, rompiéndoles así seguramente todos sus esquemas. Pero enseguida añadió: "Todo es lícito, pero no todo es conveniente, todo es lícito, pero no todo construye". Análogamente, habría que decir que en comunicación popular no existen reglas fijas ni inmutables. Todo se puede hacer. Lo que hay que ver si la opción que tenemos es la más conveniente y adecuada para ese caso concreto, la más pedagógica y eficaz para esa situación determinada. Y eso nos llama permanentemente a la creatividad. El comunicador popular, Ciespal, Quito 1985, pág. 263.
Tomado de radialistas. Con estos diez
consejos, la mejor sugerencia de RADIALISTAS es que se animen, quienes no lo
hayan hecho todavía, a leer los libros completos de Mario Kaplún, el gran
maestro de los radialistas latinoamericanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario